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Iris Aguettant, actriz

Al principio solo hay agua quieta, agua adormecida, a veces hasta agua turbia: una municipalidad escéptica, padres descorazonados ante su hijo fracasado, un industrial que confunde la economía con el Buen Dios. ¿Qué hacer con todo esto? Cuando nos preguntan sobre nuestro oficio de gestor cultural o nos piden nuestro “método”, o también cual es nuestro “proceder”, nos encuentran algo molestos, confusos, desprovistos: y lo estamos ya que nos gustaría poder contestar simplemente: “¡Así es! Al principio hay agua; al final hay vino. Decir que el resultado es sistemático, no es verdad. La alquimia supone cierto número de condiciones reunidas: primero personas que consienten, luego jarras en buen estado, actos precisos en el momento oportuno. Pero todo esto no basta. El resto, lo más importante, es la calidad de la esperanza, esa esperanza que se aviene con todas las formas de inteligencia, de sensibilidad, de situaciones, esa esperanza que incluso encuentra un gozo malicioso al adaptarse a los defectos y los errores. Es lo que hace crujir los dientes al perfeccionista que todos llevamos dentro, a nosotros que fuimos engendrados por el mundo de lo racional y del “cero error”.